Claudia Schiffer por Claudia Schiffer

Todo me cayó del cielo. Yo estaba en el colegio en Rheinberg, y era la típica chica tímida que se comportaba bien. Mis tardes estaban ocupadas con clases de tenis, piano, ballet. Mis amigas y yo ni siquie ra mirábamos las revistas de moda. Era el tipo de chica que se ruborizaba cuando la profesora le hablaba.
Los parientes y amigos de mis padres siempre decían: "Ah, Claudia es tan bonita". Pero eso no significaba nada para mí porque yo no era la "estrella" del colegio. Otra chica, tres años mayor que yo, era la que había anunciado que iba a ser modelo, así que todos los chicos andaban detrás de ella.
En 1987, estaba en una discoteca en Düsseldorf y un agente de París me "descubrió". Ese año, cuando terminé el colegio, me mudé a París. Poco después, me fui a Mónaco, donde aún tengo mi residencia. Mi padre me había llevado muchas veces al Grand Prix, así que conocía a mucha gente allá.
Comencé a modelar para las revistas Elle y Vogue, y en 1989 hice una campaña para Guess Jeans con Ellen von Unwerth. Fue entonces, con esas fotos, que todo sucedió. En ellas me veía sexy y salvaje; fue muy excitante. Nunca me había visto de esa forma. Muchos decían que les recordaba a Brigitte Bardot, y al principio no me gustó. No quería ser comparada con otra persona porque entonces, ¿quién era yo? Más adelante comprendí que era maravilloso ser comparada con un ídolo.
Entonces conocí a Karl Lagerfeld y me convertí en la musa de Chanel durante siete años. Es simpático porque cuando me fui de casa les dije a todos: "Voy a París a trabajar con Chanel".
Trabajé para la Casa Chanel, pero nunca firmé un contrato exclusivo porque esas relaciones no son para siempre. Luego se popularizó una imagen diferente - mucho menos sexy, mucho menos poderosa -, y eso quizás habría sido malo para mí si ya no hubiera tenido un nombre. Porque si no eras muy conocida te quedabas sin trabajo; pero si tenías un nombre, seguías. De hecho, probablemente dupliqué mis ingresos.